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RUMBO AL BUEN TIEMPO

 


Estaba entrada la noche, habíamos tenido una jornada ardua pero llena de regocijo. Unas pocas horas atrás nuestro maestro había dado de comer a más de 5000 hombres sin contar las mujeres y los niños, y esto solo con 5 panes y 2 pescados que traía consigo un amigo de Andrés, mi hermano. Estábamos agotados cuando el maestro nos hizo abordar una barca con la instrucción de ir al otro lado.

 Yo fuí pescador casi toda mi vida, hasta aquel día cuando el maestro me llamo a dejar las redes para ser pescador de hombres, por lo tanto sabía que ese cielo sombrío sobre el mar de Tiberias indicaba no menos que implacables olas. En esta época del año fuertes vientos golpean a través de los estrechos desfiladeros circundantes del valle, causando tormentas extremadamente súbitas y violentas. 

  Sabiendo esto entramos a la barca sin dudarlo, Él, nuestro Señor, nos había enviado mientras Él iba al monte a orar. 

 Bien entrada la noche nos encontrábamos en medio de ese mar en el que muchas veces entré a buscar el sustento de los míos, pero siempre salí cuando veía estas condiciones climáticas. En medio del mar de Tiberias, aunque yo prefería llamarle mar de mi Galilea hermosa, no fue una sorpresa recibir el inclemente embate de las olas que nos azotaban, el viento se levanta contra nosotros empujando con fuerza la barca hacia nuestro punto de origen, las olas sobrepasaban la barca, amenazando con voltear la misma en medio de la penumbra que pintaba la cercanía de la cuarta vigilia. 

Yo, Simón hijo de Jonás, llamado por mi maestro Pedro, no puedo negar que aunque sabía que debía obedecer al Señor, no entendía porque haciendo la voluntad de Dios vivíamos unas condiciones tan difíciles como nunca antes en medio de nuestro amado mar. Todo nuestro trabajo parecía infructuoso, aunque no dejábamos de remar con gran fatiga, sabíamos que más que buscar nuestra seguridad, debíamos cumplir las órdenes que Jesús, nuestro Señor, nos había dado. Debíamos llegar al otro lado, a dónde seguramente llegaría el maestro al día siguiente. 

  Penumbra, solo eso nos rodeaba, era imposible salir con prontitud de este escenario, un escenario que difícilmente podía empeorar, sin embargo en medio de las agrestes olas, a punto de sosobrar en alta mar, vimos una sombra difusa acercarse hacía nosotros, ¿que era esto?, ¿que poder espectral había en ese ser que se aproximaba hacia nosotros? Todos temimos, pero cuando ya no cabía angustia en cada uno de los que allí estábamos, sentimos su voz en medio de la tormenta: "ANÍMENSE, NO TEMAN, YO SOY", pero como podría ser nuestro maestro, el se había quedado atrás... En medio de mi temor le dije a aquel que caminaba sobre las agitadas aguas: "Si eres tú, hazme ir hacía ti", nuevamente oi su voz, esta vez lo ví, era Él, estaba ahí llamándome a las aguas junto a Él. La tormenta persistía, la barca seguía en peligro, pero nuestro Señor estaba ahí y yo caminaba hacia Él sobre las aguas. 

 Era Él, era Jesús y me hacía caminar sobre las aguas, solo veía su rostro, nada podía detenerme, pero de pronto la angustia que sentía dentro de la barca volvió a mí el fuerte y poderoso viento seguía allí, quite la mirada de mi maestro y súbitamente comencé a undirme en medio del mar embravecido. Clamé a Él: "SEÑOR SÁLVAME". Solo bastó llamarle para sentir su mano levantándome en respuesta a mi clamor. Me reprendió: "HOMBRE DE POCA FE, PORQUE DUDASTE", pero inmediatamente estábamos en la barca y el fuerte viento había cesado, las olas habían desaparecido y con el nuestra angustia y nuestro temor.  

 Era increíble como de un instante a otro Jesús había transicionado, las fuertes olas, el fuerte viento y todo nuestro miedo en una calma y paz absoluta. 

 En otra oportunidad yendo Él con nosotros en la barca las condiciones eran aún más difíciles, una fuerte tormenta nos azotaba y nos anegabamos. ¿Cómo era posible esto?, que estando el Señor en nuestra barca fueramos a naufragar. 

  Nuestra falta de fe nos impedía ver qué Él tenía el poder para cambiarlo todo en un instante, para desaparecer las tormentas y cuántos obstáculos se presentaran en nuestro andar con Él. Así fue, cuando le llamamos habló a la tormenta y la detuvo, pero no solo fué la tormenta detenida, era la grande bonanza que se hizo, el cielo estaba claro impoluto, como hacia mucho tiempo no le disfrutabamos, las aguas del mal apacible solo movida por el transitar de la barca en la que íbamos con el Señor. En un instante sentíamos que moriamos y al momento el sol resplandecía sobre nosotros. 

  - Hoy yo puedo identicarme con el apóstol Pedro, muchas veces me he sentido en el momento más duro de la tormenta, cuando parece que es imposible que toda esta aflicción pase, sintiendo: ¿porque pasa esto si le estoy sirviendo al Señor con todo mi corazón?, pero he visto brillar el sol cuando pareciera que es imposible. Su Gloria se ha manifestado como estoy seguro se manifestará en medio de tu mar agitado. En el momento más oscuro clama a Jesús. Solo estás a un paso de que esa difícil situación se transforme en una grande bonanza. No temas, cree solamente. 

Pastor Harry Mendoza

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