GRITANDO DESDE EL CORAZÓN
Cada mañana la tranquilidad de esta pequeña
localidad portuaria llamada Capernaúm, era irrumpida por los pobladores que
esperaban expectantes las barcas, anhelantes de verlas llegar repletas de los
diversos tipos de peces que tenían su hábitat en el mar de Tiberias. Toda la
noche duraba la faena de estos pescadores que impulsaban la economía de toda la
región de Galilea (Luc 5:5). Algunas veces la decepción contagiaba los puertos debido a la poca o ninguna pesca, pero en otras oportunidades el regocijo lo
impregnaba todo, aun la chiquillería se llenaba de alegría por la buena comida
que llegaría a su mesa o los regalos que papá podría comprarle. Ocasionalmente
había algún alboroto entre los ciudadanos y los cobradores de impuesto, algunos
dedicados a la agricultura y otros a diversos oficios (Mat 13:55), y por
supuesto cada séptimo día de la semana los judíos se reunían en las Sinagogas,
entre las cuales estaba una que había sido construida por un centurión romano
(Luc 7:5). Así transcurría la vida no solo en Capernaúm sino en toda Galilea.
De pronto la tranquilidad de la región
comenzó a ser transformada en conmoción, algo estaba pasando. Un hombre de la
región, de uno de los pueblos más pequeños y tenidos por muchos como
insignificante, Nazaret, estaba hablando de Dios como nadie hablaba, y no solo
eran sus Palabras, eran las grandes señales que hacía. Este hombre, Jesús,
visitaba las ciudades y los pueblos de la región, ya había sacado a algunos de
sus oficios (Luc 5:9-11), y hasta sus nombres había cambiado, la gente acudía
desde las aldeas cercanas para ser sanada por Él o simplemente para escucharle
(Mar 6:33-56).
La presencia de Jesús en Galilea era motivo de regocijo para muchos, en sus Palabras hallaban paz, eran sanados, libertados de las opresiones demoníacas, eran alimentados, y lo más importante, eran salvos de la ira venidera. Otros sin embargo sentían amenazados sus modus vivendis, como los fariseos, quienes enseñaban y hablaban de la Ley de Dios, pero no con la autoridad con que Jesús lo hacía (Mat 7:28-29). Uno de ellos llamado Simón propuso en su corazón invitarle a casa, pero más que el deseo de honrar a Jesús o simple curiosidad, albergaba dentro de sí deseos mal sanos demostrados al no cumplir con ninguna de las costumbres del anfitrión para con sus invitados (Ex 18:7; 1Sam 25:41) Ya en casa de Simón el fariseo Jesús sentado a la mesa se encuentra rodeado de muchas personas, entre ellos por su puesto su anfitrión, fuera de esta casa seguramente una multitud queriendo escucharle una vez más, pero sin la posibilidad de entrar a la casa de aquel hombre que ese día recibía al maestro en su hogar.
Junto a los excluidos se hallaba una mujer, su vida no
había sido para nada grata, había tenido que hacer cosas que la alejaron de
Dios, no se dio cuenta en que momento cayo tan bajo, pero si sentía lo grande del
peso de su pecado por el cual era rechazada por los suyos y aún más doloroso,
rechazada por sí misma, sintiéndose por mucho tiempo en un laberinto sin salida
del cual aunque quieres no puedes escapar, con un grito de auxilio en el alma
que anhelas soltar queriendo que nadie escuche; pero aquella noche algo
especial ocurría, dentro de esa casa en su ciudad estaba aquel hombre que
muchos llamaban maestro, que hablaba del amor de Dios, de arrepentimiento y de
perdón de pecados, y más importante no rechazaba a ninguna persona.
Seria verdad todo lo que se decía de ese
hombre, podría Él traer a su corazón la paz que tanto necesitaba, solo había
una forma de saberlo, era acercarse a Él, superar todas las dificultades,
prejuicios, barreras mentales y sociales que le impedían llegar delante de
Jesús, por eso aquella noche ella no dudo en abrirse paso para accesar a la
puerta y de ahí al interior de la casa donde estaba el Señor.
Su indignidad no le permitió más que
arrojarse al suelo, derramar su corazón en llanto a los pies de Jesús, usar su
propio cabello para secar los pies del maestro, mojados por las lágrimas producto del arrepentimiento en su corazón
agobiado, seguidamente y delante de todos esta mujer abrió un frasco de perfume
cuya valor por costoso que fuera, era insignificante delante de la grandeza del
Rey de reyes que amoroso se hallaba
frente a ella. Los pies del maestro fueron ungidos por aquella mujer,
que no se atrevía a levantar su rostro para verle a la cara y mucho menos
esgrimir palabras para expresar el dolor por la culpa que cargaba como un
lastre dentro de sí. Sin abrir su boca y en medio del sollozo aquella mujer
tenida por todos como pecadora le gritaba a Jesús: “PERDÓNAME”.
Ante la mirada inquisidora
de todos, incluyendo a Simón el fariseo, anfitrión de turno del Señor Jesús, y
quien en su corazón cuestionaba al
maestro; brotan las Palabras del Señor: “Simón,
una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos
deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a
ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso
que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a
la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua
para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con
sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de
besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume
mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque
amó mucho; más aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y A ELLA LE DIJO: TUS PECADOS TE SON PERDONADOS. Y los que estaban
juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que
también perdona pecados? “PERO ÉL DIJO A
LA MUJER: TU FE TE HA SALVADO, VE EN PAZ”.
Capernaúm, Nazaret, toda
Galilea, Judea y sus alrededores seguirían convulsionados, pero el corazón de esta
mujer ya no más, en su interior habían cesado las tormentas, sin decir una
palabra, pero con un corazón contrito y humillado delante del Señor, había
encontrado el perdón. Al asirse de los pies de Jesús estaba hallando la
salvación de su alma. Esa noche Jesús le había dado una vida nueva y las cosas
viejas habían quedado atrás (2Cor 5:17).
Para esta mujer no fue fácil reconocer que
Jesús podía darle el perdón de sus pecados y sortear todas las barreras que le
impedían llegar al perdón de Dios. Para mí no fue fácil, desprenderme del
pecado que como parásito me consumía más que las fuerzas la vida misma, era
mucha la condenación propia, la presión de la sociedad que te dice que no es
tan malo aunque sientes que te asfixias día tras día en un pozo sin saber cómo
hallar la salida.
Esta mujer hallo la salida a los pies de
Jesús, yo hallé la salida a los pies de Jesús, y todo corazón agobiado a de hallar
salida en Jesús, quien manifestó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, y
nadie llega al Padre si no a través de mí” (Juan 14:6).
Si no lo has hecho aún te invito a reconocer que has fallado delante
de Dios, y que esa falla se llama pecado, reconoce hoy que Jesús el que había
sido anunciado por los profetas, aquel que lleno del Espíritu Santo, sanaba a
los enfermos y libertaba a los oprimidos, murió en la cruz y resucitó para perdonar los
pecados de todo aquel que cree en Él.
Si así lo haces cree que la respuesta del
Señor para ti, será la misma que recibió aquella mujer que sin abrir su boca
gritaba en su corazón: “PERDÓNAME”.
La respuesta de Jesús fue: “TUS PECADOS
TE SON PERDONADOS”
Pastor
Harry Mendoza
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarEspero este articulo pueda ser de bendición para su vida y para los suyos. Dios les bendiga mucho.
ResponderBorrarDios le continúe bendiciendo a usted, su familia y su ministerio. Que nuestro Señor Jesucristo siga dando de su Espiritu, le de sabiduría, revelación de su palabra
ResponderBorrarHermosa reflexión. Dios te bendiga más.
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