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LA SANACIÓN A LA MÁS GRANDE PANDEMIA

 

  Esta historia da comienzo en la ciudad de Jerusalén, en una noche a principio de la década de los treinta de la primera centuria a partir del nacimiento de Cristo. Hay un hombre cuyas bases de vida son sólidas, psicológicamente estable, enmarcado en la estructura social de la época como persona de autoridad, con un status quo envidiable por muchos, sin embargo de pronto comienzan a acontecer cosas que van invadiendo su mente y su corazón, un día por ejemplo vio a un hombre llamado Jesús irrumpir en el templo, y aunque no era del linaje de los Fariseos como él,  muchos osaban llamarle Rabí, este hombre con mucha autoridad volteo  las mesas de los cambistas y azotó a todos los que según él, hacían uso inadecuado de la casa de su Padre. Este Rabí, Jesús, hablaba como nunca antes había escuchado hablar a otro sobre la Ley de Moisés y los profetas, tanto que le hacía cuestionar mucho del conocimiento que el mismo tenía como maestro de la Ley, era tanta la inquietud en sí, que esa noche no pudo más que acercarse a aquel maestro en medio de la  furtividad que ofrecían las tinieblas.  

  Delante de aquel hombre asombroso, cuyas señales eran aún más asombrosas, brota de él, el reconocimiento no público de su autoridad para hacer todas estas cosas, después de todo, Nicodemo, así se llamaba aquel hombre, tenía una imagen como fariseo que cuidar y no era bueno para él que lo vieran conversando con Jesús.

  El maestro le escucha y finalmente le responde a sus preguntas: “de cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3). Estas Palabras resultan incomprensibles para Nicodemo. ¿Qué es esto que este hombre dice?, “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?

 Jesús no duda en responder de nuevo:

Juan 3:5: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios."

No obstante, todas estas cosas espirituales siguen siendo incompresibles para este maestro de la ley, por lo que pacientemente Jesús lo lleva a aquello que él puede comprender, trae a su memoria un evento pandémico ocurrido en el pueblo de Israel durante su paso por el desierto, y que era bien conocido por los judíos, sobre todo por los maestros de la ley como Nicodemo. Juan 3:14-15 "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."

    El pueblo de Israel se encontraba en el desierto habitando por un lapso de cuarenta años por causa de su rebeldía, según Dios les había dicho (Deuteronomio 1:34-40).

A pesar de esto Israel insiste en murmurar contra Dios, esta vez porque estaban cansados de comer siempre lo mismo (el maná). Números 21:5-9  "Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel. Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo a Moisés: Hazte, una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno,  miraba a la serpiente de bronce, y vivía."  

 

El pueblo había pecado contra Dios, e inevitablemente esto les trajo consecuencias. Dios envío serpientes ardientes que se movían por todo el campamento picando y matando a muchos. Se había desatado una pandemia local, pocos podían escapar de esta mortandad. La Biblia recalca que murió mucho pueblo de Israel, es de imaginar entonces que estas serpientes estaban por cualquier lugar, posiblemente sobre sus lechos, en sus lugares de preparación de la comida, donde se reunían para conversar. Era imposible no ser picados por estas culebras mortales que tomaron posesión del campamento hebreo.

   Entendiendo ellos que las muertes eran por causa de su rebeldía contra Dios, van delante de Moisés y reconocen su pecado, pidiéndole que interceda por ellos ante el Señor. Dios, grande en misericordia, le dice a Moisés que levante un poste y coloque allí una serpiente de bronce, y todo el que haya sido picado por las serpientes mortales y mire a la serpiente en el poste se salvará. Así lo hace Moisés, y sucedía que cuando alguien entre el pueblo era mordido miraba a la serpiente de bronce y vivía.

  No puedo dejar de pensar en lo que sentía el que era picado, el miedo a la muerte que recorría cada parte de su ser, mientras era llevado por sus seres amados en brazos o en su mismo lecho delante de la serpiente de bronce para ser salvos de esta pandemia mortal, posiblemente ya alguno de ellos había sido picado experimentando esta sensación de agonía, pero sabían lo que tenían que hacer, era correr al lugar de la salvación.

Es seguro que durante este tiempo muchos se acercaron a ese lugar para sentir seguridad, pues la salvación estaba en no perder de vista el asta con la serpiente de bronce que Dios había mandado a erigir. Ellos no debían indagar y conocer sobre las serpientes o antídotos para las mordidas, solo debían mirar al asta con la serpiente de bronce. 



    Aquella noche  Jesús, el maestro, le enseñaba a Nicodemo a través de este momento histórico del pueblo judío, como el levantamiento de esa serpiente represento una nueva oportunidad de vivir en medio de la pandemia ya mencionada. Así mismo, era el mensaje de Jesús, yo debo ser levantado para que a través de mí todos puedan obtener la salvación, para que puedan tener un nuevo nacimiento, para que puedan nacer a una nueva vida reconciliados con Dios.

  Hay una pandemia que afecta a toda la humanidad, y aunque todos la ven y sufren las consecuencias, es opacada por las epidemias ocasionales que se han sucedido a lo largo de la historia del ser humano, esa pandemia es la misma que ocasionó la mortandad en el desierto, la rebeldía contra Dios, EL PECADO.

 Para la salvación de la consecuencia del pecado, la muerte eterna, fue levantado Jesús en la Cruz, murió y resucito para salvarnos de una vez y para siempre. Hoy como en el desierto, muchos están en una condición tan precaria que no pueden ni saben cómo llegar a la salvación, es entonces nuestra tarea conducirlos a Jesús para ser salvos de esta pandemia que causa la verdadera muerte, la muerte eterna, y mantenernos junto a ellos con la mirada fija en nuestro salvador. 

  Posiblemente tienes tu mirada puesta en la epidemia de este tiempo, pero eso te está distrayendo de la pandemia de todos los tiempos, EL PECADO, y del importante papel que Dios determino tuvieras dentro de su plan de Salvación, que no es más que llevar más y más picados al lugar de la salvación, a los pies de Cristo.

“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”

  Pastor Harry Mendoza

 

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